De Arturo Pérez-Reverte

miércoles, 27 de enero de 2010

TREINTA SIGLOS, A SUBASTA (II)

Al hilo de lo que escribía la semana pasada sobre la responsabilidad de la derecha y de la izquierda en el desmantelamiento de la vieja palabra España, no creo, como algunos cenizos, que tanta bazofia política nos lleve de nuevo al año 36. Vivimos demasiado bien como para pegar tiros en las trincheras de la Ciudad Universitaria. Si hubiera bronca, la gente se echaría a la calle, en efecto; pero para comprobar si le había pasado algo a su coche. El estallido, cuando llegue, vendrá de las grandes bolsas de inmigración marginal desatendidas socialmente, y de los conflictos irreparables que éstas generen. Pero otra guerra civil no es el problema. Y a lo mejor de ahí viene el problema: de que ya no es un problema.

Lo que nos espera es el desmantelamiento ruin de la convivencia. Egoísmo. Insolidaridad. Atentos a las necesidades del negocio, a los socios y a la clientela, y a fin de salvar el pellejo legislativo, algunos imbéciles han decidido que la España que conocemos desde hace quinientos años está mal construida, que Isabel de Castilla y Femando de Aragón no captaron la esencia del asunto, y que la única vía hacia una España feliz y auténtica es la liquidación del Estado y su sustitución por una confederación de naciones y nacioncillas donde cada perro se lama con sonoros lengüetazos su cipote. Esos cinco siglos de error histórico, el partido en el gobierno está dispuesto a despacharlos en una legislatura, sin despeinarse. Pero no creando antes las condiciones adecuadas —ésa sería una opción política tan respetable como cualquier otra—, sino imponiendo primero el concepto, vía artículo catorce, y luego dejando que la realidad se adapte, retorciéndose como pueda, al esquema general. Como ven, hablamos de política de alto nivel al mínimo costo. Y luego, a la hora de reclamar daños y perjuicios, a saber dónde estará cada cual. Con el maestro armero.

De cualquier modo, el sistema tiene un grave inconveniente: necesita hacer a la derecha culpable de lo que se pretende destruir. Por eso al partido en el gobierno no le preocupa que, de paso, toda la memoria histórica, toda la cultura, todo cuanto es patrimonio común y vertebra la unidad nacional de la verdadera nación, la española, se vaya a mamarla a Parla. Son daños colaterales. El precio a pagar, argumentan los gánsteres que se frotan las manos dispuestos a beneficiarse de la subasta. Y mientras, los aprendices de brujo, enredados en un cóctel de probetas y líquidos de cuyos efectos no tienen la menor idea —entre otras cosas porque no han leído un libro de Historia en su puta vida—, proponen sustituir quinientos años de unidad y otros dos mil quinientos de memoria bíblica, grecolatina, árabe, mediterránea y europea, la España perfectamente definida y real, por una cultureta descafeinada y mierdecilla, por lo socialmente correcto que permite arañar votos de buen rollito, por la soplapollez de diseño que tanto llena la boca, en foros multiculturales y otras demagogias, a tanto ministro y a tanta ministra.
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Hay algo que algunos no perdonaremos nunca a la presunta izquierda de este país desgraciado: que con su miopía y su mezquindad haya cedido a la derecha el monopolio de la palabra España. En vez de limpiar los símbolos y las palabras contaminadas por el franquismo, a la izquierda le convino siempre que la engreída derecha siguiera usurpando palabras como patria y bandera nacional, y que se reafirmara como supuesto centinela de los valores tradicionales, de la memoria histórica, que es la médula de cualquier nación seria. Ignoro las veces que Felipe González pronunció la palabra España siendo presidente. Pocas, desde luego. O ninguna. En cuanto a Rodríguez Zapatero, cada vez que lo hace, me pongo a temblar. Esa España suena ahora a pasteleo coyuntural. A chanchullo de taberna.

Y ése es el verdadero problema. El pudrimiento de ciertas palabras y los treinta siglos que simbolizan: tres mil años de extraordinaria herencia dilapidada por izquierdas y derechas incapaces de comprenderla y de conservarla. Esa es la maldición histórica —la misma Historia que en los colegios y universidades nos niegan y borran— de esta tierra desgraciada donde, cada vez que algo bueno levanta la cabeza, hay innumerables hijos de puta —reyes idiotas, validos arrogantes, curas fanáticos, generales matarifes, políticos miserables— que, guadaña en mano, siguen dispuestos a cercenar la esperanza.
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Arturo Pérez-Reverte
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jueves, 21 de enero de 2010

TREINTA SIGLOS, A SUBASTA (I)

Hoy me he levantado reaccionario, así que reacciono dándole a la tecla. Cada uno reacciona como puede. Y la verdad es que tengo uno de esos días en que abres los periódicos, ves los titulares y las fotos de los protagonistas del asunto ibérico, y te entran unas ganas salvajes de ir a la puerta de las Cortes a ciscarte en los muertos de todo el que pase por allí. La primera pregunta que cualquiera con sentido común se hace ante el panorama es: ¿de verdad no se dan cuenta? Luego, al rato de meditarlo, llega la atroz respuesta: se dan cuenta, pero les importa un carajo. Esa peña de golfos apandadores vive de su negocio, de currarse una España que nada tiene que ver con la real, hasta conseguir, por insistencia, que sí lo tenga. Que esa España falsa en la que medran, la que les paga el coche oficial, el estatus, la vanidad y la arrogancia, se vuelva real y terrible hasta darles la razón y justificar su estupidez, su ignorancia, su incultura, su demagogia de leguleyos sin escrúpulos. Y así, como en el mito de los leprosos medievales, esa pandilla de sinvergüenzas contamina todo cuanto toca, arrojándolo al cubo de basura, que cada vez se parece más a una fosa común: educación, historia, idiomas, convivencia. En una España inculta y de instintos ruines como la nuestra, donde el equilibrio y la solidaridad requieren encaje de bolillos, eso equivale a ponerse la pistola en la sien. Virgen santa. Hasta han conseguido que las víctimas del terrorismo se tiren los trastos a la cabeza, y se dividan ahora en víctimas de derechas y víctimas de izquierdas.

Todo iba demasiado bien. Los ciudadanos votaban y estaban dispuestos a seguir votando a unos u otros según el momento y las circunstancias, con las alternancias lógicas en cualquier democracia. Lo normal. Pero ese proyecto lento, tranquilo y acumulativo, no encajaba en los planes de esta gentuza. Necesitaban movimiento inmediato, vidilla, oportunidades de sacarle los dos ojos al adversario con tal de que a ellos les quedase uno. Hablo de los profesionales de una izquierda desorganizada, demagoga e incompetente; de los pringados de un socialismo sin proyecto que aún rumia el rencor por el desastre felipista; de los meapilas de una derecha justamente despojada del poder a causa de su estupidez, su soberbia y su cobardía; de la infame peña totalitaria periférica que, después de treinta años de victimismo y gimoteo, ya no tiene nada que reivindicar salvo las situaciones extremas. Todos barajan demasiado resentimiento, demasiadas cuentas que ajustar, como para dejarnos al margen. Necesitan una España encabronada para justificar el tinglado, el voto, la legislatura. Y en eso andan.

No puedo compartir la opinión de ciertos analistas de la derecha que atribuyen al Pesoe la responsabilidad exclusiva del putiferio. Es cierto que la mediocridad de algunos ilustres —e ilustras— miembros del Gobierno resulta nociva y devastadora, que el daño hecho en los últimos tiempos a la convivencia, la educación, la enseñanza, el idioma español, la cultura y el sentido común son irreparables, y que resulta evidente el manejo vil de un resentimiento y una dialéctica de militancia que se remonta a la guerra civil; algo que parecía superado por la mayoría de españoles, y a lo que eran ajenas las nuevas generaciones. Pero también es cierto que todo esto ha sido alentado y favorecido por una derecha desprovista de inteligencia, de maneras, de sentido del Estado y de conocimiento del país que gobernaba. Me refiero a ese Pepé autista que perdió el poder por obcecación, oportunismo y falta de coraje político, tras gobernar arrojado sin pudor en brazos de los obispos más carcamales y de los movimientos religiosos ultravaticanos, de la educación privada en detrimento de la pública, del dinero fácil, del urbanismo salvaje, del España va bien, de la imprevisión suicida frente a la inmigración, de la ausencia de una verdadera política social y de la incapacidad de distinguir el españolismo rancio, de cabra legionaria con viento duro de levante, del legítimo y necesario sentido de la palabra España. Una derecha que ahora las pía de seis en seis, pero que cuando fue débil en la antigua oposición y en la primera fase de su gobierno, tampoco tuvo empacho en mirar hacia otro lado, tragar y pactar con quien hizo falta, o intentarlo. Incluido aquel glorioso Movimiento Nacional de Liberación Vasco con el que nos obsequió, en su momento, el comparsa de George Bush. El amigo Ansar de los cojones.

(Continuará)
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Arturo Pérez-Reverte
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martes, 12 de enero de 2010

RESULTA QUE NOS SALVARON ELLOS

Han pasado un par de semanas, pero no lo olvido. Me’moríae duplex vírtus, etcétera, como decía uno de aquellos fascistas —nacido en Calahorra, por cierto— que en el siglo I, antes de tanto derecho pseudo histórico y tanta cutrez provinciana, llamaban ya Hispania a esta casa de putas. Me refiero a la pintoresca declaración institucional con la que, en el aniversario del 23-F, nos obsequió el Congreso. Es digno de recuerdo el párrafo donde nuestros hombres públicos, en un ejercicio de fastuoso onanismo político, atribuyen el fracaso del golpe de Estado, por este orden, al comportamiento responsable de los partidos políticos y los sindicatos, en primer lugar, y luego a la Corona y a las instituciones gubernamentales, parlamentarias y municipales. Como saben ustedes, el párrafo resultó de una modificación del texto original, donde se reconocía el papel decisivo del rey como jefe de las fuerzas armadas, al ponerlas del lado de la democracia con su discurso por la tele. Pero por presiones de dos partidos minoritarios, uno catalán y otro vasco, el Congreso decidió rebajar el papel monárquico y meter a todo cristo en el baile, afirmando que el mérito no fue del rey, sino del conjunto. O sea. De los políticos españoles, valerosos demócratas aquel día, unidos como un solo hombre y —hoy no me llamarán machista esas perras— como una sola mujer.

Habría sido precioso, de ser cierto. Comprendo que nuestra infame clase política, acostumbrada a reinventar España según cada coyuntura de su oportunismo y su desfachatez, quiera pasar a la Historia con esa tierna milonga de la liberté, la egalité y la fratemité defendida el 23-E como gato panza arriba. Pero están mal acostumbrados. Esto no es tan fácil como inventarse reinos y naciones que nunca existieron, o independencias ancestrales de ayer por la tarde, ocultando por otra parte realidades ciertas como la España romana, o la visigoda. Cuando deformas la memoria histórica, el truco puede funcionar con los tontos, los ignorantes y los que no quieren problemas. La gente ya no se acuerda, o no sabe. Pero otra cosa es manipular hechos que todos hemos vivido y recordamos perfectamente. Y eso es lo insultante. Que sólo veinticinco años después, esta gentuza nos considere tan olvidadizos y tan estúpidos.

Aquel día, la democracia y la libertad sólo las defendieron una cámara de televisión encendida, los periodistas que cumplieron con su obligación —fueron tan torpes los malos que sólo silenciaron TVE y Radio Nacional—, unos pocos representantes gubernamentales que estaban fuera del Parlamento, y sobre todo el rey de España, que, por razones que a mí no me corresponde establecer, se negó a encabezar el golpe de Estado que se le ofrecía, ordenó a los militares someterse al orden constitucional y devolvió los tanques a sus cuarteles. El resto de fuerzas políticas y sindicales, autonómicas y municipales, salvo singulares y extraordinarias excepciones, se metieron en un agujero, cagadas hasta las trancas, y no asomaron la cabeza hasta que pasó el nublado. Quienes velamos esa noche ante el palacio de las Cortes sabemos que, aparte de ciudadanos anónimos, negociadores gubernamentales y periodistas que cumplían con su obligación, nadie se echó a la calle para defender nada hasta el día siguiente, cuando ya había pasado todo —lanzada a moro muerto, se llama eso—.

Y respecto a los sindicatos, su único papel fue el de los carnets rotos con que atrancaron los retretes de toda España. En cuanto a la digna integridad constitucional que ahora se atribuye el Congreso, lo que pudo ver todo el mundo por la tele, y eso no hay chanchullo que lo borre, fue a los ministros y diputados tirándose en plancha debajo de sus escaños para quedarse allí hasta que se les permitió levantarse de nuevo —aún entonces siguieron mudos y aterrados—, con tres magníficas excepciones: Santiago Carrillo, que fumaba cada pitillo creyendo que era el último, el presidente Suárez y el anciano general Gutiérrez Mellado. Y cuando éste, fiel a lo que era, se enfrentó forcejeando a los guardias civiles, y el miserable Tejero, pistola en mano, intentó, sin éxito, tirarlo al suelo con una zancadilla, el único hombre valiente entre todos aquellos cobardes que se levantó para socorrerlo, fue Adolfo Suárez. A quien, por supuesto, España pagó y paga como suele.

Así que menos flores, caperucitas. En lo que a mí se refiere, nuestra heroica clase política puede meterse la poco elegante declaración institucional del otro día donde le quepa. Que imagino dónde le cabe.
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Arturo Pérez-Reverte
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viernes, 8 de enero de 2010

LA FORJA DE UN GUDARI

"Esos jóvenes suelen tener exactamente el número de años que el PNV gobierna en Euskadi"

Pues la verdad es que no sé de qué carajo se sorprenden. Parece que los haya pillado de sorpresa el hecho de que los gudaris tengan ahora veinte años y sean analfabetos y fanáticos. Parece mentira, dicen. Todos esos jóvenes descarriados y manipulados, etcétera. Los oyes y parece que todo haya sido un descubrimiento reciente, un fenómeno espontáneo del que nadie se hace responsable. Cada vez que veo al lehendakari Ibarretxe llorando en público -el político más valorado del País Vasco, ojo- sobre lo malos que son los malos y cómo se niegan a portarse bien cuando se les piden las cosas por favor, y veo a Anasagasti, que toma distancias desde que a su señora madre quisieron hacerla carbonilla en un autobús, o veo a Arzalluz irritado porque los chicos de la gasolina se han vuelto chicos de la pistola y chicos del mando a distancia y lo están fastidiando más a él y al PNV que a los ocupantes españoles, que es a quienes tendrían que fastidiar -por lo menos- si tuvieran las ideas claras, sigo preguntándome si alguien se siente culpable de algo en este país de caraduras y primaveras en el que tengo la desgracia de vivir. Si alguien conoce el significado de las palabras responsabilidad y remordimiento.

A estas alturas no es ningún secreto que el retrato robot del etarra de nueva generación es el de un individuo muy joven, fanático, educado en el odio y la violencia, de bajísimo nivel cultural e intelecto no demasiado vigoroso. Y cada vez que aparece en la tele una foto, los datos biográficos confirman ese perfil. El detalle en el que nadie entra es que esos jóvenes suelen tener exactamente el mismo número de años que el PNV gobierna en Euskadi con amplísimas atribuciones que han convertido el País Vasco en una de las dos autonomías -la otra es Cataluña- más avanzadas e Independientes de Europa. Porque allí no son los malvados españoles centralistas los que forman a la Juventud, ni quienes crean el ambiente político adecuado para que estos jóvenes anhelen liberar su patria oprimida. Es el PNV el que lleva dos décadas formando a la juventud como le sale literalmente de los cojones. Los planes de estudio, los libros de texto, el corro de la patata en las ikastolas cantando contra lo español y la chusma inmigrante invasora, funcionan hace mucho, no sólo con impunidad, sino con el aliento de los que controlan AJuria Enea, y de la numerosa clientela que de la teta nacionalista mama y vive. Y con tales antecedentes, oh prodigio, resulta que ahora se sorprenden, mecachis en la mar, de que esos chicos violentos y fanáticos hagan lo que hacen. De dónde coño, se preguntan, habrán salido.

Pero no se trata de ellos solos. Porque en esta peña de fariseos, los otros, españolistas, o hispano vasquistas, o de izquierdas o de derechas, o como se llamen, parece que acaban de despertarse ayer.

Hay que ver qué malos y qué falsos son los del Peneuve, dicen. Cómo han consentido y consienten.

Pero ellos también han estado la mayor parte de esos veinte años que tienen Asier, o Edurne, o Mikel, dejando hacer y tocándose los huevos. Sabiendo adonde llevaba todo eso, pero bien calladitos para que no fueran a decir de ellos, por Dios que entorpecían la libertad o el progreso de los pueblos. O para gobernar. Nadie dijo ni pió cuando aparecieron hace quince o veinte años –el Pesoe gobernaba, por cierto, con los votos del PNV, y viceversa- los primeros libros de texto que hablaban de la opresión hispana y de la diferencia racial, en una España donde gracias a la reforma educativa de Maravall y Solana cada perro se lamió su órgano. Todos se callaron como putas, atentos cada cual a lo suyo, y sólo las han piado cuando los que estudiaron -poco, encima- en aquel ambiente y con aquellos libros de texto han empezado a pegarles, como era de esperar, tiros en la nuca. La derecha, porque no se notase mucho que era derecha; y encima va y se despierta no en la primera, sino en la segunda legislatura, y entonces se le ocurre condecorar a Melitón Manzanas. El Pesoe, ya ven.

Y la presunta izquierda -que tiene huevos llamarse izquierda con el payaso Fofo dirigiendo Ezker Batúa-, sin reconocer todavía su gran pecado: el gravísimo error histórico, no asumido oficialmente por nadie, de ser boba compañera de viaje del nacionalismo paleto y excluyente, olvidando el hecho de que la izquierda es solidaria e internacionalista, que nunca ha habido un nacionalismo de izquierdas en la puta vida, y que los caciques de pueblo son siempre aliados objetivos de los curas y de la derecha más reaccionaria y cerril. Y no me vengan ahora con eso de que este Reverte qué anticlerical y qué cabrón es, porque ya me sé la copla.

Acuérdense de monseñor Setién y del obispo de Solsona. Y cito otra vez, por si se les olvidó, aquello del cura en el púlpito, no recuerdo ahora si mencionado por Unamuno o por Baroja: "No habléis español, que es la lengua de los liberales y del demonio". Así que guárdense las demagogias. Aquí la culpa la tenemos todos. Y en especial los golfos, los cobardes y los imbéciles.

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Arturo Pérez-Reverte
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martes, 5 de enero de 2010

CORTOS DE RAZONES, LARGOS DE ESPADA

Eres joven y guipuzcoano, según deduzco por tu carta y el remite. Escribes como lector reciente de la última aventura de nuestro amigo Alatriste, contándome que es el primer libro de la serie que cae en tus manos. Te ha gustado mucho, dices, excepto el hecho «poco riguroso» y «poco creíble» de que una galera española estuviera tripulada por soldados vizcaínos que combatían al grito de Cierra, España; en referencia a la Caridad Negra, que en los últimos capítulos combate a los turcos, en las bocas de Escanderlu, llevando a bordo a la compañía del capitán Machín de Gorostiola. Y añades, joven amigo –lo de joven es importante–, que eso no disminuye tu entusiasmo por la historia que has leído; pero que el episodio de los vizcaínos te chirría, pues parece forzado. «Metido con calzador –son tus palabras– para demostrar que los vascos (y no los vascongados, don Arturo) estábamos perfectamente integrados en las fuerzas armadas españolas, lo que no era del todo cierto.»

Son las siete últimas palabras del párrafo anterior las que me hacen, hoy, escribir sobre esto; la triste certeza de que realmente crees en lo que dices. Te gusta la novela, pero lamentas que el autor haga trampas con la Historia real; la auténtica Historia que –eso no lo cuentas, pero se deduce– te enseñaron en el colegio. Así que, con buena voluntad y con el deseo de que yo no cometa errores en futuras entregas, me corriges. Debería, a cambio, escribirte una carta con mi versión del asunto. El problema es que nunca contesto el correo. No tengo tiempo, y lo siento. Esta página, sin embargo, no es mala solución. La lee gente, y así quizá evite otras cartas como la tuya. De paso, extiendo mi respuesta a la cuadrilla de embusteros y sinvergüenzas de los sucesivos ministerios de Educación, de la consejería autonómica correspondiente, de los colegios o de donde sea, que son los verdaderos culpables de que a los diecisiete años, honrado lector, tengas –si me permites una expresión clásica– la picha histórica hecha un lío.

Machín de Gorostiola es un personaje ficticio, como su compañía de infantería vizcaína. En efecto. Pero uno y otros deben mucho al capitán Machín de Munguía y a los soldados de su compañía, «la mayor parte vascongados», que, según una relación del siglo XVI conservada en el Museo Naval de Madrid, pelearon como fieras durante todo un día contra tres galeras turcas, en La Prevesa. En cuanto a lo de Cierra, España, ni es consigna franquista ni del Capitán Trueno. Quien conoce los textos de la época sabe que, durante siglos, ése fue usual grito de ataque de la infantería española –en su tiempo la más fiel, sufrida y temible de Europa–, que en gran número, además de soldados castellanos y de otras regiones, estaba formada por vizcaínos; pues así, vizcaínos, solía llamarse entonces a los vascos en general, «a veces cortos de razones pero siempre largos de bolsa y espada». Y guste o no a quien manipuló tus libros escolares, amigo mío, con sus nombres están hechas las viejas relaciones militares, de Flandes a Berbería, de las Indias a la costa turca. Los oprimidos vascos fuisteis –extraño síndrome de Estocolmo, el vuestro– protagonistas de todas las empresas españolas por tierra y mar desde el siglo XV en adelante. Ése fue, entre otros muchos, el caso de los capitanes de galeras Iñigo de Urquiza, Juan Lezcano y Felipe Martínez de Echevarría, del almirante Antonio de Oquendo, su padre y su hijo Miguel, o de tantos otros embarcados en las galeras del Mediterráneo o en la empresa de Inglaterra. Las relaciones de Ibarra, Bentivoglio, Benavides, Villalobos o Coloma sobre las guerras del Palatinado y Flandes, los asedios, los asaltos con el agua por la cintura, las matanzas y las hazañas, las victorias y las derrotas, hasta Rocroi y más allá incluso, están salpicadas de tales apellidos, sin olvidar las guerras de Italia: en Pavía, por ejemplo, un rey francés fue capturado por un humilde soldado de Hernani, en el curso de una acción sostenida por tenaces arcabuceros vascos. Y te doy mi palabra de honor de que aquel día todos gritaron, hasta enronquecer, Cierra, España: voz que, en realidad, no tenía significado ideológico alguno. Sólo era un modo de animarse unos a otros –eran tiempos duros– diciéndole al enemigo de entonces, fuera el que fuera: Cuidado, que ataca España.

Así que ya ves, amigo mío. No inventé nada. El único invento es el negocio perverso de quienes te niegan y escamotean la verdadera Historia: la de tu patria vasca –«La gente más antigua, noble y limpia de toda España», escribía en 1606 el malagueño Bernardo de Alderete– y la de la otra, la grande y vieja. La común. La tuya y la mía.

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Arturo Pérez-Reverte
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domingo, 3 de enero de 2010

PERMITIDME TUTEAROS, IMBÉCILES

Cuadrilla de golfos apandadores, unos y otros. Refraneros casticistas analfabetos de la derecha. Demagogos iletrados de la izquierda. Presidente de este Gobierno. Ex presidente del otro. Jefe de la patética oposición. Secretarios generales de partidos nacionales o de partidos autonómicos. Ministros y ex ministros -aquí matizaré ministros y ministras- de Educación y Cultura. Consejeros varios. Etcétera. No quiero que acabe el mes sin mentaros -el tuteo es deliberado- a la madre. Y me refiero a la madre de todos cuantos habéis tenido en vuestras manos infames la enseñanza pública en los últimos veinte o treinta años. De cuantos hacéis posible que este autocomplaciente país de mierda sea un país de más mierda todavía. De vosotros, torpes irresponsables, que extirpasteis de las aulas el latín, el griego, la Historia, la Literatura, la Geografía, el análisis inteligente, la capacidad de leer y por tanto de comprender el mundo, ciencias incluidas. De quienes, por incompetencia y desvergüenza, sois culpables de que España figure entre los países más incultos de Europa, nuestros jóvenes carezcan de comprensión lectora, los colegios privados se distancien cada vez más de los públicos en calidad de enseñanza, y los alumnos estén por debajo de la media en todas las materias evaluadas.

Pero lo peor no es eso. Lo que me hace hervir la sangre es vuestra arrogante impunidad, vuestra ausencia de autocrítica y vuestra cateta contumacia.

Aquí, como de costumbre, nadie asume la culpa de nada. Hace menos de un mes, al publicarse los desoladores datos del informe Pisa 2006, a los meapilas del Pepé les faltó tiempo para echar la culpa de todo a la Logse de Maravall y Solana –que, es cierto, deberían ser ahorcados tras un juicio de Nuremberg cultural–, pasando por alto que durante dos legislaturas, o sea, ocho años de posterior gobierno, el amigo Ansar y sus secuaces se estuvieron tocando literalmente la flor en materia de Educación, destrozando la enseñanza pública en beneficio de la privada y permitiendo, a cambio de pasteleo electoral, que cada cacique de pueblo hiciera su negocio en diecisiete sistemas educativos distintos, ajenos unos a otros, con efectos devastadores en el País Vasco y Cataluña.

Y en cuanto al Pesoe que ahora nos conduce a la Arcadia feliz, ahí están las reacciones oficiales, con una consejera de Educación de la Junta de Andalucía, por ejemplo, que tras veinte años de gobierno ininterrumpido en su feudo, donde la cultura roza el subdesarrollo, tiene la desfachatez de cargarle el muerto al «retraso histórico».

O una ministra de Educación, la señora Cabrera, capaz de afirmar impávida que los datos están fuera de contexto, que los alumnos españoles funcionan de maravilla, que «el sistema educativo español no sólo lo hace bien, sino que lo hace muy bien» y que éste no ha fracasado porque «es capaz de responder a los retos que tiene la sociedad», entre ellos el de que «los jóvenes tienen su propio lenguaje: el chat y el sms». Con dos cojones.

Pero lo mejor ha sido lo tuyo, presidente –recuérdame que te lo comente la próxima vez que vayas a hacerte una foto a la Real Academia Española–. Deslumbrante, lo juro, eso de que «lo que más determina la educación de cada generación es la educación de sus padres», aunque tampoco estuvo mal lo de «hemos tenido muchas generaciones en España con un bajo rendimiento educativo, fruto del país que tenemos».

Dicho de otro modo, lumbrera: que después de dos mil años de Hispania grecorromana, de Quintiliano a Miguel Delibes pasando por Cervantes, Quevedo, Galdós, Clarín o Machado, la gente buena, la culta, la preparada, la que por fin va a sacar a España del hoyo, vendrá en los próximos años, al fin, gracias a futuros padres felizmente formados por tus ministros y ministras, tus Loes, tus educaciones para la ciudadanía, tu género y génera, tus pedagogos cantamañanas, tu falta de autoridad en las aulas, tu igualitarismo escolar en la mediocridad y falta de incentivo al esfuerzo, tus universitarios apáticos y tus alumnos de cuatro suspensos y tira p'alante.

Pues la culpa de que ahora la cosa ande chunga, la causa de tanto disparate, descoordinación, confusión y agrafía, no la tenéis los políticos culturalmente planos. Niet.

La tiene el bajo rendimiento educativo de Ortega y Gasset, Unamuno, Cajal, Menéndez Pidal, Manuel Seco, Julián Marías o Gregorio Salvador, o el de la gente que estudió bajo el franquismo: Juan Marsé, Muñoz Molina, Carmen Iglesias, José Manuel Sánchez Ron, Ignacio Bosque, Margarita Salas, Luis Mateo Díez, Álvaro Pombo, Francisco Rico y algunos otros analfabetos, padres o no, entre los que generacionalmente me incluyo.

Qué miedo me dais algunos, rediós. En serio. Cuánto más peligro tiene un imbécil que un malvado.
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Arturo Pérez-Reverte
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sábado, 2 de enero de 2010

LA ESPAÑA ININTELIGIBLE

Pues eso. Que hojeo el catálogo de un librero de Barcelona, y en la primera página me ofrecen un manuscrito firmado por «la reina catalana» en 1406. Así que me digo hosti, tú, esa reina catalana a secas no la tenía censada. Y más abajo leo que esa reina era esposa «del rey Joan I de Catalunya-Aragó». Eso ya me suena un poco más, así que tiro de biblioteca, y caigo en la cuenta de que se refieren a la reina Violante, o Violant, sobrina del rey Carlos V de Francia, casada con Juan I -hijo de Pedro IV de Aragón, II como rey de Valencia y III como conde de Barcelona-, a quien durante toda mi vida lectora había creído, de absoluta buena fe, rey del Reino de Aragón, de la Casa de Aragón -única casa real que figura en los anales y relaciones históricas de la época- y soberano de la Corona Aragonesa -conjunto de estados sobre los que gobernaba-, que incluía Cataluña, Aragón, Valencia, Sicilia y toda la parafernalia. Así que voy y me digo fíjate, chaval, uno se pasa la vida a vueltas con Zurita, Montaner, Moncada, Desclot y Pérez del Pulgar, entre otros, juntando libros para saber de qué va esta murga y no meter la gamba, y resulta que al fin hay un librero de Barcelona que aclara las cosas, sin duda documentándolas en alguna Historia de las que se escriben ahora, gracias a Dios, para refutar las viejas falacias históricas que justifican una palabra, España, pronunciada y escrita a tontas y a locas durante cinco siglos.

Falacias a las que no son ajenos historiadores catalanes vendidos al centralismo como el ampurdanés Muntaner, que en su relación histórica sobre los almogávares en Oriente llama «senyal real de Aragón» a la bandera de las cuatro barras, en vez de «escut de Catalunya» que por lo visto es lo correcto; y menciona también, creo recordar, esa tontería de apellidar «Aragón» como grito de batalla. Todo eso, pese a que el tal Muntaner estuvo en Oriente con los almogávares catalanes -algún aragonés también fue, creo- y debería saber mejor que nadie de qué iba el asunto. U otros abyectos manipuladores de la época que nunca utilizaron, quizás porque no existía, la expresión «confederación catalano-aragonesa» acuñada en el XIX ni llamaron «condes-reyes» a nadie, seguramente porque ningún soberano medieval habría tolerado semejante chorrada. Pero ya se sabe -sabemos ahora, merced a ciertos historiadores modernos que ponen las cosas en su sitio- que los soberanos medievales eran ideológicamente fascistas.

Eso me recuerda, por cierto, que Julián Marías -el padre de mi vecino el perro inglés- también manipuló lo suyo en su interesantísima aunque obviamente sesgada España inteligible, cuando, citando a Pérez del Pulgar, cuya única credibilidad es que vivió lo que cuenta, recordaba la expedición de 1481 para conservar Sicilia frente a los revoltosos y los turcos. Una expedición que Julián Marías llama española -no sé a santo de qué- sólo porque la componían, fíjense qué gilipollez, setenta naves de Vizcaya, Guipúzcoa, Galicia y Andalucía, movilizadas en socorro del reino de Sicilia, perteneciente a lo que el indocumentado Del Pulgar llamó Corona de Aragón, defendido por tropas catalanas y aragonesas y socorrido por esa armada gallega y andaluza -reino de Castilla- con la colaboración de los vascos -incorporados al reino de Castilla desde el siglo XIV- que formaron el contingente principal. Supongo que obligados a culatazos por la Guardia Civil, como los miles de vascos que luego fueron a Italia, a las Indias y a los tercios de Flandes. Se aprecia, al mencionar esa irrelevante anécdota, la pérfida intención del señor Marías padre de plantear una España coherente y a veces solidaria; lo mismo que cuando otros hablan de la participación conjunta en la guerra de Granada, o recuerdan que la defensa del reino de Nápoles, de la Corona Aragonesa, se hizo con tropas mayoritariamente castellanas mandadas por Gonzalo Fernández de Córdoba, a quien Franco -se ha demostrado que fue él- bautizó como el Gran Capitán.

Y en esas andamos. Después de que el régimen franquista le pusiera camisa azul al Cid y a Hernán Cortés y se apropiara -ahora sí que hablo muy en serio- de la Historia para adecuarla a sus imbéciles rutas imperiales, y de que, por reacción, el postfranquismo lo relegara todo al desván de la infamia, los eruditos a sueldo, esos formadores del espíritu nacional aldeano que convierten los hechos en tebeos de Astérix, han convertido una Historia común en diecisiete historias diferentes, eliminando todo lo que no encaja en la norma autonómica. Como diría Caro Baroja, conviene distinguir entre un Herodoto o un Bernal Díaz del Castillo, que cuentan con veracidad, y un moralista como Tácito o un cura patriotero y facilón como el padre Mariana; y lo cierto es que, comparado con algunos de los engañaniños que ahora nos reescriben la memoria, el padre Mariana parece Suetonio y Herodoto juntos. O algo así.
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Arturo Pérez-Reverte
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viernes, 1 de enero de 2010

ARAGÓN TAMBIEN EXISTE

Que sí, hombre, que ya era hora. Que en toda esta lista de los más vendidos, en este concurso inaudito de ignorancia, manipulación y mala fe a la hora de reinventar la Historia, uno está hasta la línea de flotación de oír siempre a los mismos, como si el resto hubiera oficiado de comparsas en la murga. Y hete aquí por fin que alguien reacciona como es debido, y dice venga ya, y decide que ya es hora de poner en su sitio a unos cuantos timadores y mangantes, de esos que les pagan pesebres a sus historiadores de plantilla para que descosan y vuelvan a coser la historia a medida, y luego la meten en los libros de texto y se montan unas películas que ya las hubiera querido Samuel Bronston. Eso mientras los que saben se callan, porque son unos mierdecillas, o por el qué dirán, o porque les interesa. Y de ese modo terminamos viviendo en una España virtual, que no la conoce ni la madre que la parió.

Así que olé los huevos de Aragón, o de quien decidiera montar la exposición Aragón, reino y corona, que no sé si andará por alguna parte ahora, pero que durante el mes de mayo estuvo abierta en Madrid. En toda esa mentecatez de la que hablaba antes -ahora resulta que existió un imperio catalán que hasta hace cuatro días pasó inexplicablemente inadvertido a los historiadores, o que los irreductibles vascos nunca se mezclaron en las empresas militares ni comerciales españolas- Aragón había estado mucho tiempo callado, pese a tener muchas cosas que decir, o que matizar, desde aquel lejano siglo onceno en que Ramiro I, contemporáneo del Cid, sentaba las bases de un reino que abarcaría Aragón, Valencia, las Mallorcas, Barcelona, Sicilia, Cerdeña, Nápoles, Atenas, Neopatria, el Rosellón y la Cerdaña, y terminó formando la actual España en 1469, gracias al enlace entre su rey Fernando II de Aragón e Isabel, reina de Castilla.

Ése es el hecho cierto, y no lo cambian ni el mucho morro ni el reescribir la Historia; incluido el manejo exclusivista y fraudulento de las famosas barras que eran Senyal real no de un reino o territorio, sino de una familia o casa reinante que, como matizó Pedro IV en el siglo XIV, tiene Aragón como título y nombre principal. Casa reinante que absorbió a la casa de Barcelona, extinguida en 1150 por mutua conveniencia y deseo del titular de esta última, el conde Ramón Berenguer; que al casarse con Petronila, hija de Ramiro el Monje, rey de Aragón, adquirió como propio un linaje superior, pero renunciando al suyo, no titulándose más que princeps junto a su esposa regina; de modo que el hijo de ambos, ya con Barcelona incorporada a la corona, se tituló rex de Aragón, y nunca de Cataluña. Por suerte no todos los archivos han caído en manos de quien yo me sé -tiemblo al pensar qué será de ellos-, y aún quedan documentos donde comprobar lo evidente. Que por cierto, en cuanto a la propiedad histórica de las famosas barras, no está de más recordar que en 1285 la crónica de Bernard Deslot precisaba aquello de: «No pienso que galera o bajel o barco alguno intente navegar por el mar sin salvoconducto del rey de Aragon, sino que tampoco creo que pez alguno pueda surcar las aguas marinas si no lleva en su cola un escudo con la enseña del rey de Aragón».

Así que cómo me alegro, oigan, de que aquel digno y viejo Aragón olvidado, marginado, asfixiado por la perra política de este perro país, aún sea capaz de decir aquí estoy, desmintiendo a tanto oportunista y a tanto manipulador y a tanto mercachifle. Recordando que existió una corona aragonesa que constituyó el imperio más extenso del Occidente medieval, donde, bajo su nombre y sus barras, Aragón, Cataluña y Valencia compartieron aventuras, comercio, guerras e historia, enriquecieron sangres y lenguas con el latín, el catalán y el castellano, cartografiaron el mundo, construyeron naves, pasearon mercenarios almogávares y dominaron territorios que luego aportaron a lo que ahora llamamos España, con la manifestación de los fueros y libertades propios en aquella fórmula tremenda, maravillosa y solemne: el «si non, non» heredado de los antiguos godos, mediante el cual los nobles aragoneses -«que somos tanto como vos, y juntos más que vos»-, acataban la autoridad del rey de tú a tú, reconociéndolo sólo como «el principal entre los iguales».

Por eso son buenas estas iniciativas y estas exposiciones y estas cosas. Son muy buenas, incluso higiénicas; y me sorprende que, como antídoto contra la manipulación y la desmemoria que están convirtiendo este lugar llamado España en una piltrafa y en una casa de putas insolidaria y estulta, no se les dediquen más esfuerzos, ocasiones y dinero. Por ejemplo, el que se ha utilizado en la imprescidible urgencia de sustituir La Coruña por A Coruña en los rótulos de las carreteras y auto-vías de toda España. Incluida, supongo, la N-340 a la altura de Chiclana.
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Arturo Pérez-Reverte
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