Te lo voy a explicar
en corto, chaval. Sin irnos por las ramas. Esa maestra, profesora, docente o
como quieras llamarla, es imbécil. Tonta del culo, vaya. En el mejor de los
casos «suponiendo que no prevarique a sabiendas, prisionera del qué dirán», une
a su ignorancia el triste afán de lo políticamente correcto. La cuestión no es
que te haya reprendido en clase de Historia por utilizar la palabra moros al
hablar de la Reconquista, y exija que la sustituyas por andalusíes, magrebíes,
norteafricanos o musulmanes. Lo grave es que a una profesora así le encomienden
la educación histórica de chicos de ambos sexos de catorce o quince años. Que
la visión de España y lo español que muchachos de tu generación tengan el resto
de su vida dependa de cantamañanas como ésa. Tienes dos opciones. La primera,
que desaconsejo, es tu suicidio escolar. Mañana, en clase, dile que no tiene ni
puta idea de moros, ni de Historia, ni de lengua española, ni de la madre que la parió. Te quedarás a gusto,
desde luego; y las churris te pondrán ojitos por chulo y por malote. Pero en lo
que se refiere a esa asignatura y al curso, puedes ir dándote por jodido. Así
que lo aconsejable es no complicarte la vida. Ésa es la opción que recomiendo.
Tu maestra, por muy estúpida que sea, tiene la sartén por el
mango. Así que traga, colega, mientras no haya otro remedio; que ya tendrás
ocasión, en el futuro «todos pasan tarde o temprano por delante de la escopeta»
de ajustar cuentas, real o figuradamente. Así que agacha las orejas y llama a
los moros como a ella le salga del chichi. Paciencia y barajar. Por lo demás,
duerme tranquilo. Por muy maestra que sea, eres tú quien tiene razón. No ella.
En primer lugar, porque el habla la determinan quienes la usan. Y no hay nadie en
España, en conversación normal, excepto que sea político o sea gilipollas «a
menudo se trata de un político que además es gilipollas», que no llame moros a
los moros. Ellos nos llaman a los cristianos arumes o rumís, y nada malo hay en
ello. Lo despectivo no está en las palabras, sino en la intención con que éstas
se utilizan. La buena o mala leche del usuario. Lo que va, por ejemplo, de
decir español a decir español de mierda. La palabra moro, que tiene diversas
acepciones en el diccionario de la Real Academia, pero ninguna es peyorativa, se usa
generalmente para nombrar al individuo natural del norte de África que profesa
la religión de Mahoma; y es fundamental para identificar a los musulmanes que
habitaron en España desde el siglo VIII hasta el XV. Desterrarla de nuestra
lengua sería mutilar a ésta de una antiquísima tradición con múltiples
significados: desde las fiestas de moros y cristianos de Levante hasta el
apellido Matamoros, y mil ejemplos más. Así que ya lo sabes. Fuera de clase,
usa moro sin cortarte un pelo. Como español, estás en tu derecho. Aparte del
habla usual, te respaldan millones de presencias de esa palabra en textos
escritos.
Originalmente se refiere a los naturales de la antigua
región norteafricana de Mauretania, que invadieron la península ibérica en
tiempos de los visigodos. Viene del latín maurus, nada menos, y se usa con
diversos sentidos. Caballo moro, por ejemplo, se aplica a uno de pelaje negro.
En la acepción no bautizado se extiende incluso a cosas «vino moro» o personas
de otros lugares «los moros de Filipinas». Hasta Gonzalo de Berceo aplicaba la
palabra a los romanos de la Antigüedad para oponerlos a judíos y a cristianos.
De manera que basta echar cuentas: la primera aparición en un texto escrito
data de hace exactamente mil ochenta y dos años, y después se usa en
abundancia. «Castellos de fronteras de mauros», dice el testamento de Ramiro I,
en 1061. Por no hablar de su continuo uso en el Poema de Mío Cid, escrito a
mediados del siglo XII: «Los moros yazen muertos, de bivos pocos veo; los moros
e las moras vender non los podremos». Y de ahí en adelante, ni te cuento. «Las
moras no se dejan ver de ningún moro ni turco», escribió Cervantes en el
Quijote. La palabra moro está tan vinculada a nuestra historia, nuestra
sociedad, nuestra geografía, nuestra literatura, que raro es el texto,
relación, documento jurídico antiguo u obra literaria clásica española donde no
figura. También la
usaron Góngora, Quevedo, Calderón, Lope de Vega y Moratín,
entre otros autores innumerables. Y tan vinculada está a lo que fuimos y somos,
y a lo que seremos, que sin ella sería imposible explicar este lugar,
antiquísima plaza pública cruce de pueblos, naciones y lenguas, al que llamamos
España. Imagínate, en consecuencia, la imbécil osadía de tu profesora. El
atrevimiento inaudito de pretender cargarse de un plumazo, por el artículo
catorce y porque a ella le suena mal, toda esa compleja tradición y toda esa
memoria.
Arturo Pérez-Reverte
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