Si es que te la dan hecha. La página, quiero decir. Con la náusea adjunta. Igual que si te metieran los dedos en el gaznate. Luego escriben cartas a XLSemanal, quejándose cuando los llamas gentuza y te refieres a sus muertos. Como una tal señora Cunillera, creo que se llamaba, o llama, que se descolgó una vez por el buzón de nuestro cartero con grititos de dignidad ofendida. Cómo se atreve, etcétera. El rufián.
Hoy me relamo con otra perla parlamentaria, y no me resisto a compartirla con ustedes. Especialmente porque, si no me equivoco, pasó casi inadvertida en la prensa: media tímida columnita en un rincón, y poco aire de la clase política. Entre bomberos, supongo que se dijeron, no vamos a pisarnos la manguera. La soltó un pavo llamado Joan Herrera, diputado de Iniciativa por Cataluña Verde, me parece que es, pero podía haberla facturado cualquier otro individuo de los que frecuentan el garito. O buena parte de ellos. De esos a los que alguna vez encuentro en la rotonda o los restaurantes del Palace –yo pago allí con mi dinero, y ellos también pagan con el mío y con el de ustedes–, y me veo obligado a oír sus conversaciones telefónicas o de viva voz. Como ya apunté en esta página alguna vez, España debe de ser el único país de Europa, o de por ahí cerca, donde para sentarse en las Cortes no hace falta tener ni el bachillerato.
En pregunta parlamentaria, hace un par de semanas, ese tal Herrera inquirió, muy serio, si bajo los supuestos de la ley de Memoria Histórica de 2007, que impone la retirada de objetos, monumentos o menciones conmemorativas que exalten la sublevación militar de 1936, el Gobierno tiene previsto cambiar el nombre de la Base Alfonso XIII de Melilla: que a su juicio, y de acuerdo con la citada ley, «supone una exaltación franquista». Respondió el Gobierno que, aunque se han tomado muchas medidas acordes con lo establecido en esa ley, la figura de Alfonso XIII no está incluida en ella, puesto que el abuelo del actual monarca dejó de reinar en España con la proclamación de la II República, que fue anterior a la Guerra Civil y a la dictadura del general Franco. Lo que, dicho en bonito, venía a significar que el diputado Herrera se había tirado un planchazo de órdago, mezclando dictaduras –la de Primo de Rivera sí fue bajo Alfonso XIII– y liándose más que el tobillo de un romano.
No vayan a creer ustedes que Herrera, azote implacable –y verde– de dictadores y dictaduras, pidió disculpas por meter la gamba hasta la ingle, o en sincero auto de fe salió al día siguiente en el telediario admitiendo: soy un indocumentado y un cantamañanas. Nada de eso. Se dio por satisfecho, y con la solemne impavidez del tonto, supongo, miró al soslayo, fuese al bar y no hubo nada. Quede claro de todas formas, diría su gesto seguro y la sonrisilla satisfecha, que aquí mis votantes y yo no dejaremos pasar ni una. Faltaría más. A esa puta y facha España.
Opino, sin embargo, que el Gobierno, aunque diligente, anduvo escaso en la respuesta. Mañana mismo, algún otro insobornable martillo de dictadores puede sentir curiosidad por franquismos parecidos, y esta clase de cosas es mejor prevenirlas. Lo de Alfonso XIII es más que una simple anécdota: delata caudales de rancia estupidez nacional, aliada con ignorancia y oportunismo político. Individuos que hacen preguntas como ésa, indigentes intelectuales de semejante calibre, votan leyes y deciden, con sus pactos, alianzas y pertinaz desvergüenza parlamentaria, nuestro presente y el futuro de varias generaciones. Habría convenido, por tanto, aprovechar la respuesta gubernamental para explicar a los vigilantes de la playa, y compañía, que Franco fue un dictador culpable de muchas cosas; pero que España es un lugar complicado y viejo, con tres mil años de verdadera memoria histórica, donde antes de la Guerra Civil, fecha a la que aquí se remite toda referencia y clave de nuestros males, ocurrieron otras cosas. Aunque despachara a moros y cristianos, por ejemplo, el Cid no era franquista. Ni Cervantes, aunque escribió en castellano. Tampoco los Reyes católicos, que expulsaron a los judíos, o Felipe III, que echó a los moriscos. Y la bandera roja y amarilla, pásmense todos, no la impuso Franco en 1936, sino Carlos III –que era un rey ilustrado– en 1785, inspirada en la antigua señal del reino de Aragón. Todo eso está en los libros de Historia, explicado muy clarito. Los hay de bolsillo, baratos. Cuando hagan otro de esos caros viajes protocolarios internacionales con avión en clase preferente, hotel y dietas a que tan aficionados son nuestros diputados, en vez de ponerse ciegos a canapés en las salas Vip de los aeropuertos, podrían leer alguno.
Hoy me relamo con otra perla parlamentaria, y no me resisto a compartirla con ustedes. Especialmente porque, si no me equivoco, pasó casi inadvertida en la prensa: media tímida columnita en un rincón, y poco aire de la clase política. Entre bomberos, supongo que se dijeron, no vamos a pisarnos la manguera. La soltó un pavo llamado Joan Herrera, diputado de Iniciativa por Cataluña Verde, me parece que es, pero podía haberla facturado cualquier otro individuo de los que frecuentan el garito. O buena parte de ellos. De esos a los que alguna vez encuentro en la rotonda o los restaurantes del Palace –yo pago allí con mi dinero, y ellos también pagan con el mío y con el de ustedes–, y me veo obligado a oír sus conversaciones telefónicas o de viva voz. Como ya apunté en esta página alguna vez, España debe de ser el único país de Europa, o de por ahí cerca, donde para sentarse en las Cortes no hace falta tener ni el bachillerato.
En pregunta parlamentaria, hace un par de semanas, ese tal Herrera inquirió, muy serio, si bajo los supuestos de la ley de Memoria Histórica de 2007, que impone la retirada de objetos, monumentos o menciones conmemorativas que exalten la sublevación militar de 1936, el Gobierno tiene previsto cambiar el nombre de la Base Alfonso XIII de Melilla: que a su juicio, y de acuerdo con la citada ley, «supone una exaltación franquista». Respondió el Gobierno que, aunque se han tomado muchas medidas acordes con lo establecido en esa ley, la figura de Alfonso XIII no está incluida en ella, puesto que el abuelo del actual monarca dejó de reinar en España con la proclamación de la II República, que fue anterior a la Guerra Civil y a la dictadura del general Franco. Lo que, dicho en bonito, venía a significar que el diputado Herrera se había tirado un planchazo de órdago, mezclando dictaduras –la de Primo de Rivera sí fue bajo Alfonso XIII– y liándose más que el tobillo de un romano.
No vayan a creer ustedes que Herrera, azote implacable –y verde– de dictadores y dictaduras, pidió disculpas por meter la gamba hasta la ingle, o en sincero auto de fe salió al día siguiente en el telediario admitiendo: soy un indocumentado y un cantamañanas. Nada de eso. Se dio por satisfecho, y con la solemne impavidez del tonto, supongo, miró al soslayo, fuese al bar y no hubo nada. Quede claro de todas formas, diría su gesto seguro y la sonrisilla satisfecha, que aquí mis votantes y yo no dejaremos pasar ni una. Faltaría más. A esa puta y facha España.
Opino, sin embargo, que el Gobierno, aunque diligente, anduvo escaso en la respuesta. Mañana mismo, algún otro insobornable martillo de dictadores puede sentir curiosidad por franquismos parecidos, y esta clase de cosas es mejor prevenirlas. Lo de Alfonso XIII es más que una simple anécdota: delata caudales de rancia estupidez nacional, aliada con ignorancia y oportunismo político. Individuos que hacen preguntas como ésa, indigentes intelectuales de semejante calibre, votan leyes y deciden, con sus pactos, alianzas y pertinaz desvergüenza parlamentaria, nuestro presente y el futuro de varias generaciones. Habría convenido, por tanto, aprovechar la respuesta gubernamental para explicar a los vigilantes de la playa, y compañía, que Franco fue un dictador culpable de muchas cosas; pero que España es un lugar complicado y viejo, con tres mil años de verdadera memoria histórica, donde antes de la Guerra Civil, fecha a la que aquí se remite toda referencia y clave de nuestros males, ocurrieron otras cosas. Aunque despachara a moros y cristianos, por ejemplo, el Cid no era franquista. Ni Cervantes, aunque escribió en castellano. Tampoco los Reyes católicos, que expulsaron a los judíos, o Felipe III, que echó a los moriscos. Y la bandera roja y amarilla, pásmense todos, no la impuso Franco en 1936, sino Carlos III –que era un rey ilustrado– en 1785, inspirada en la antigua señal del reino de Aragón. Todo eso está en los libros de Historia, explicado muy clarito. Los hay de bolsillo, baratos. Cuando hagan otro de esos caros viajes protocolarios internacionales con avión en clase preferente, hotel y dietas a que tan aficionados son nuestros diputados, en vez de ponerse ciegos a canapés en las salas Vip de los aeropuertos, podrían leer alguno.
Arturo Pérez Reverte
XLSemanal
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